Decidido a querer dar cuenta de todo aquello que relacione la obra de Borges y la ciudad de Buenos Aires, me veo en la obligación de escribir sobre un proyecto que se ha llevado a cabo hace dos semanas por iniciativa del Ministerio de Cultura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que es la de llevar varios libros de J.L.B. a 15 cafés de importancia. La propuesta, llamada “Yo leo en el bar”, presentada por el Ministro de Cultura, Hernán Lombardi, la viuda y albacea literaria de Borges, María Kodama y la actriz Ingrid Pellicori, quien se encargo de recitar poemas, tiene el objetivo de alcanzar estos textos a la población desde los espacios públicos.
En esta dirección podrán ver la noticia con la respectiva cantidad de libros escogidos y los cafés en donde se encuentran.
http://www.buenosaires.gov.ar/areas/cultura/al_dia/lectura_bar_10.php?menu_id=20277 En un principio, tomando en cuenta el simple hecho de la noticia, es decir, promocionar la obra de Borges (bastante promocionada ya) en los cafés para “acercarla” a la población, uno podría comentar con absoluta inocencia: “Está bien, llevar los libros a un espacio como un café, donde pasa mucha gente, que en vez de leer el diario leen algún poema o algún ensayito”. Pero situándonos en un aspecto social, incluso político, llevar la obra de Borges solamente a los cafés ofende a Borges desde el placer mismo de leer. Un lugar como un café es de estadía breve, es un centro de distensión de las obligaciones laborales y sociales, para luego (repuesto) volver a insertarse en el sistema al cual está transitando. La lectura, el ejercicio de la lectura y el placer que genera la lectura requieren de un esfuerzo particular. Comprender, por ende, la obra de Borges no va a llevar el tiempo que requiera un capuchino o comerse un tostado. La lectura requiere de espacios de concentración como una biblioteca. Pero para eso están afortunadamente las buenas cantidades de bibliotecas en la ciudad de Buenos Aires. Llevar a un café la obra completa de Borges implica pensar que en algún momento llevarán estos textos a un spa o a un gimnasio. Hace un par de años hubo una iniciativa del Estado para llevar a los estadios cuentos de fútbol de Osvaldo Soriano, Roberto Fontanarrosa o Eduardo Sacheri. Duró un solo campeonato.
El llevar adelante proyectos culturales implica llevar además una coherencia especial. En una institución como el gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, un proyecto cultural debe necesariamente abarcar a toda la población porteña para su realización. A mí me toca cruzar la ciudad y puedo asegurar (están los comentarios para decir si están de acuerdo o no) que cada vez hay menos personas en los cafés: o sea, sólo una mínima parte de los millones de habitantes de la ciudad tienen ese acceso a leer. Si lo leen, bienvenido sea. El actual gobierno de Mauricio Macri , aparte de llevar con sincero fracaso todo lo que se propone, tiene problemas muy graves en el aspecto cultural, de los cuales el Teatro Colón y el Complejo Cultural San Martín son ejemplos claros. El acceso a una cultura musical o literaria tiene que estar limitado a todos los habitantes, repito. Y a nadie más que ellos. El principal, o uno de los principales problemas de Macri, desde la cultura es el tema Educación (Sí, la educación es cultura), con los constantes y justificados paros docentes por un mejor salario y una mejor educación para los chicos, para así prevenirlos de todo aquello que los medios de comunicación quieren inculcar con afán de mercado. A esos chicos, los maestros no van a poder otorgarles el placer de la lectura o el placer de leer a Borges sencillamente porque no tienen acceso, y no por limitaciones mentales sino por limitaciones políticas. Ellos no acceden porque no conviene que se acerquen a esos autores. Sin embargo, alguien que va a un cafecito y se toma un capuchino puede darse el lujo (si quiere) de leer un poema, un cuento o un ensayo de J.L.B. Es decir, la obra de nuestro autor está cada vez más restringida. Desplazada a campos de acción social cada vez más específicos. Probablemente se me diga que el café es el ícono representativo del ambiente intelectual de la ciudad. Sí, lo es. Pero, ¿solamente los intelectuales pueden leer a Borges? La necesaria inserción de un nuevo método de estudio, que incentive a los chicos no a ser mejores y a competir con sus semejantes sino a ser mejores personas y a dar lo mejor de sí para mejorar el mapa social en que vive, incluso en la lectura, es el deber de una clase política coherente y en verdad popular. Mientras tanto sigamos así, el acceso a la obra de Borges (necesaria para entender los intrincados laberintos del alma humana; útil para aprender las riquezas del idioma castellano; imprescindible para fomentar el hábito de la lectura y la escritura) va a seguir siendo custodiada por manos elegidas por su condición de clase, y no por manos que busquen encontrar una ficción para seguir viajando.