viernes, 15 de junio de 2012

Tangos eran los de antes


Pintura de Caloi.

Me encanta leer a Borges joven, y como ya desde pendejo se metía furioso con el tango canción.
Este fragmento le pertenece a su ensayo "La Pampa y el Suburbio son dioses" en El Tamaño de mi Esperanza, del año de 1925.

Hoy es costumbre suponer que la inapetencia vital y la acobardada queja tristona son lo esencial arrabalero. Yo creo que no. No bastan algunas desperezas de bandoneón para convencerme, ni alguna cuita acanallada de malevos sentimentales y de prostitutas más o menos arrepentidas. Una cosa es el tango actual, hecho a fuerza de pintorequismo y de trabajosa jerga lunfarda, y otra fueron los tangos viejos, hechos de puro descaro, de pura sinvergüencería, de pura felicidad del valor. Aquellos fueron la genuina voz del compadrito: estos (música y letra) son la ficción de los incrédulos de la compadrada, de los que la causalizan y desengañan. Los tangos primordiables: El Caburé, El Apache Argentino, Una noche de garufa y Hotel Victoria aún atestiguan la valentía chocarrera del arrabal. Letra y música se ayudaban. Del tango Don Juan, el taita del barrio recuerdo estos versos malos y bravucones: 


En el tango soy tan taura
que cuando hago doble corte,
corre la voz por el Norte
si es que me encuentro en el Sur.

Pero son viejos y hoy solamente buscamos en el arrabal un repertorio de fracasos. Es evidente que Evaristo Carriego parece algo culpable de esa lobreguez a nuestra visión. El, más que nadie, ha entenebrecido los claros colores de las afueras; él tiene la inocente culpa de que, en los tangos, las chirucitas vayan unánimes al hospital y los compadres sean desavencijados por la morfina.




fragmento de La Pampa y el Suburbio son dioses, en El Tamaño de mi Esperanza, 1925

Lo mínimo que podemos hacer al recordar a Borges es dejar la música que le gustaba, sobre todo El Apache Argentino, en una preciosa versión del Trio Malevaje.