Cuando atacaba a otros escritores, siendo pendejo, Borges sabía donde meter el puñal...
Vaya otro ejemplo de adjetivación embustera: esta vez, de Lugones. Es el principio de uno de sus sonetos más celebrados:
La tarde, con ligera pincelada,
que iluminó la paz de nuestro asilo,
apuntó en su matiz crisoberilo
una sutil declaración morada. (*)
Estos epítetos demandan un esfuerzo de figuración cansador. Primero, Lugones nos estimula a imaginar un atardecer en un cielo cuya coloración sea precisamente la de los crisoberilos (yo no soy joyero y me voy), y después, una vez agenciado ese difícil cielo crisoberilo, tendremos que pasarle una pincelada lígera y sin apoyar para añadirle una decoración morada, una de las que son sutiles, no de las otras. Así no juego, como dicen los chiquilines. ¡Cuánto trabajo! Yo no lo realizaré, ni creeré nunca que Lugones lo realizó. La adjetivación, en "El Tamaño de mi Esperanza"
Me encanta leer a Borges joven, y como ya desde pendejo se metía furioso con el tango canción.
Este fragmento le pertenece a su ensayo "La Pampa y el Suburbio son dioses" en El Tamaño de mi Esperanza, del año de 1925.
Hoy es costumbre suponer que la inapetencia vital y la acobardada queja tristona son lo esencial arrabalero. Yo creo que no. No bastan algunas desperezas de bandoneón para convencerme, ni alguna cuita acanallada de malevos sentimentales y de prostitutas más o menos arrepentidas. Una cosa es el tango actual, hecho a fuerza de pintorequismo y de trabajosa jerga lunfarda, y otra fueron los tangos viejos, hechos de puro descaro, de pura sinvergüencería, de pura felicidad del valor. Aquellos fueron la genuina voz del compadrito: estos (música y letra) son la ficción de los incrédulos de la compadrada, de los que la causalizan y desengañan. Los tangos primordiables: El Caburé, El Apache Argentino, Una noche de garufa y Hotel Victoria aún atestiguan la valentía chocarrera del arrabal. Letra y música se ayudaban. Del tango Don Juan, el taita del barrio recuerdo estos versos malos y bravucones:
En el tango soy tan taura
que cuando hago doble corte,
corre la voz por el Norte
si es que me encuentro en el Sur.
Pero son viejos y hoy solamente buscamos en el arrabal un repertorio de fracasos. Es evidente que Evaristo Carriego parece algo culpable de esa lobreguez a nuestra visión. El, más que nadie, ha entenebrecido los claros colores de las afueras; él tiene la inocente culpa de que, en los tangos, las chirucitas vayan unánimes al hospital y los compadres sean desavencijados por la morfina.
fragmento de La Pampa y el Suburbio son dioses, en El Tamaño de mi Esperanza, 1925
Lo mínimo que podemos hacer al recordar a Borges es dejar la música que le gustaba, sobre todo El Apache Argentino, en una preciosa versión del Trio Malevaje.
El Borges que queremos rescatar, que de verdad es rescatable: el poeta que alguna vez contó cosas humildes y fugaces pero simplemente humanas: un crepúsculo de Buenos Aires, un patio de infancia, una calle de suburbio. Este es (me atrevo a profetizar) el Borges que quedará. El Borges que después de su frívolo periplo por filosofías y teologías en las que no cree vuelve a este mundo menos brillante pero que cree, este mundo en que nacemos, sufrimos, amamos y morimos. No esa ciudad X, cualquiera, en que un simbólico Red Scharlach comete sus crímenes geométricos, sino esta Buenos Aires real y concreta, sucia y turbulenta, aborrecible y querida en que vivimos y sufrimos.
Ernesto Sabato, Los dos Borges, en "El Escritor y sus fantasmas", 1963.
Este es un blog, editado por Marianela Garay, Julián Marcel y David Rojas, en el marco de la materia Taller de Procesamiento de Datos, Cátedra Piscitelli Carrera de Ciencias de la Comunicación, Facultad de Ciencias Sociales, UBA, 2do cuat. 2008.